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La manifestación popular del 13-S tomó por sorpresa no sólo al Gobierno Nacional sino también a las distintas expresiones de la oposición. Más allá de la magnitud y la extensión geográfica de la convocatoria, no deben sobreestimarse sus efectos. El cacerolazo no permite construir política, ya que no hay ningún actor en condiciones de darle cauce institucional. Además, el descontento popular también alcanza al conjunto de la oposición. En todo caso, su mayor virtud es que actúa como un límite para los eventuales excesos del kirchnerismo y deja abierta la puerta con respecto a lo que pueda pasar en las elecciones legislativas de 2013.
Dado que se trata de una elección de medio término, es esperable que una mayor polarización local redunde en una multiplicidad a nivel nacional. Con la excepción de la provincia Buenos Aires, es probable que en los cuatro distritos de mayor peso ganen cuatro expresiones políticas opositoras distintas: Macri en CABA, De la Sota en Córdoba, Binner en Santa Fe y Cobos en Mendoza. La dispersión del voto opositor dificultará que emerja una alternativa nacional al kirchnerismo para el 2015. Así, el oficialismo podrá, aun perdiendo muchos votos, “ganar” las elecciones legislativas.
Las chances de la re-reelección se redujeron sensiblemente después del 13-S. Aunque esto no implica que el Gobierno, en caso de existir la mínima chance en el futuro, no haga el intento. Por lo pronto, las matemáticas legislativas no le sonríen al oficialismo. Aún asumiendo una muy buena elección tratándose de una legislativa (42,4%), el kirchnerismo perdería dos bancas en el Senado y, aun incorporando 17 nuevos diputados, quedaría 16 por debajo de los 2/3 en la cámara baja.
Como habíamos mencionado, ganar sola es muy distinto a gobernar sola. Y CFK prefirió no comprar el seguro para los malos tiempos que implican las alianzas políticas. Después de la manifestación popular, se alteró la ecuación costo-beneficio de oponerse al Gobierno desde el interior del PJ. Desde el Gobierno se batallará como nunca para imponer candidatos propios en la conformación de las listas. El tema es que los gobernadores tienen ahora un poco más de margen para no dejarse atropellar y, si CFK no revierte la caída en la popularidad, difícilmente podrá repetirse lo sucedido en 2011 sin una mayor dosis de conflicto interno.
La incógnita principal es cuál será la reacción del Gobierno si, pese a los mayores recursos que volcará, el crecimiento de la economía no se traduce en un aumento del empleo ni del salario real acorde a las necesidades electorales del oficialismo.