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El gobierno se ha mostrado muy activo en términos de las decisiones económicas implementadas. Prefirió un abordaje bastante más gradual antes que las correcciones de shock planteadas durante la campaña electoral para enfrentar los desequilibrios macroeconómicos heredados de la gestión kirchnerista. Sin embargo, no parece existir una posición unificada con respecto a las prioridades, más allá del exitoso levantamiento del cepo. La estrategia fue priorizar el principal problema que afectaba a la economía (el continuo drenaje de reservas provocado por un fenomenal atraso cambiario), pero dejando el tipo de cambio en un nivel intermedio que, dado los problemas en materia de competitividad, parece haberse quedado algo “corto”. El abordaje gradualista también fue adoptado en materia fiscal. En este frente, el gobierno se enfrenta a un complejo desafío: el abultado rojo heredado lo obliga a realizar correcciones, pero la dinámica de la actividad económica y los límites políticos imponen un abordaje gradualista. Sobre esta dinámica ya de por sí compleja, se sumó una muy mala noticia para el Gobierno: que el tema de la coparticipación vuelva a estar en la agenda pública. Más allá de la cuestión referida a la distribución de los recursos, lo cierto es que el bajísimo nivel de endeudamiento heredado brinda de margen de maniobra para encarar una estrategia gradual con respecto a la reducción del desequilibrio fiscal. El Sistema Financiero local no será suficiente para financiarlo y se requerirá de la asistencia del Banco Central, lo que impone un piso elevado para el ritmo de crecimiento de la base monetaria. Esta estrategia también tiene riesgos asociados: efecto desplazamiento del financiamiento al sector público en lugar del sector privado, tasas de interés ele-vadas y una dinámica inflacionaria que vemos en torno al 30% hacia finales de 2016. Teniendo en cuenta las elecciones legislativas del año próximo, es de esperar que el sendero de reducción del déficit se tome un descanso en 2017. Así, todo indica que la Argentina va a convivir con un desequilibrio fiscal elevado en los próximos años. La incógnita es si la combinación entre el perfil más amigable con el mercado de Macri y el bajísimo punto de partida del peso de la deuda pública son motivos suficientes para convencer los inversores de apostar por la Argentina a pesar de un desequilibrio fiscal de magnitud, o si, por el contrario, además de las buenas intenciones exigirán también señales concretas y rápidas en materia de reducción del déficit.

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