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Las últimas semanas el dólar estuvo en el centro de la escena y seguramente lo estará durante lo que resta del año. El tipo de cambio en el piso de la zona de no intervención o por debajo parecía mostrar que la economía funcionaba bien. En verdad era sólo apariencia. El déficit de cuenta corriente del año anterior, aun cuando se realizó la corrección del tipo de cambio, alcanzó el 5,4% del PBI. La proyección para el déficit de cuenta corriente de este año es de 3% del PBI. La sensación de que el tipo de cambio no es un problema se deriva de la relativa estabilidad que parece orlar al resto de la macroeconomía, principalmente la nominalidad.
Cuando uno analiza los datos de cuenta corriente parece que el país necesita un tipo de cambio real más alto. Visto de otra manera, el reflejo de la cuenta corriente deficitaria es una economía que está consumiendo por encima de lo que produce. Este nivel del tipo de cambio real más alto resolvería el conflicto vía aumento de oferta de bienes y servicios transables y/o caída del consumo.
El problema que subyace a la economía argentina es el de la escasa productividad del país en términos relativos al resto del mundo, situación que se produce al tiempo que se registra un aumento del tamaño del sector público en la economía. Esto hace sospechar que el origen se encuentra en este cambio de asignación de recursos empleados por el sector público y privado. La economía requiere una reducción en la carga tributaria y con ello la necesidad de adecuar el gasto público. Algo fácil de diagnosticar pero que desde la clase política pareciera que resulta difícil de curar.
La solución óptima pasaría por encarar las reformas estructurales de las que tanto se ha escrito pero que no encontraron su correlato en el plano fáctico. Reformas laboral, tributaria, previsional lucen como los principales ejes a atender. Sin embargo, al no poder alcanzar consenso en sentido amplio sobre estos puntos, la solución del segundo mejor que siempre ha encontrado nuestra economía es la de compensar la falta de competitividad real vía competitividad precio, es decir, operar con un tipo de cambio más alto.
El tipo de cambio real es una variable que difícilmente, como cualquier precio, se pueda controlar durante un largo período de tiempo. El BCRA fijando tasas excesivamente altas intenta tener un dólar barato que la macro no soporta. El empecinamiento de la autoridad monetaria para lograr el cometido radica en que la transición a un nivel más elevado de tipo de cambio supone consecuencias, algunas no deseables.
Una de ellas es el pasaje a precios. El BCRA sólo con política monetaria difícilmente pueda evitar el elevado pasaje a precios que es consecuencia tanto de factores estructurales de nuestra economía como de escasa regulación. La estructura contractual y la falta de la aplicación de la ley de defensa de la competencia forman frentes a atender antes de intentar transitar a un esquema de un tipo de cambio real competitivo.
Otras de ellas refieren a la cuestión fiscal y la trayectoria de la deuda. La primera de estas se asocia a que un nivel más alto implica mayor carga de intereses debido a la deuda en moneda extranjera (debajo cuantificamos este efecto) y las posibles formas de atender esta dificultad.
En la dinámica de los últimos 10 años hemos visto como la apreciación real termina generando espejismos en términos de crecimiento; al final siempre regresamos al punto de partida. Veremos que un tipo de cambio sensiblemente más alto afecta negativamente el ratio deuda a producto en el corto plazo. Sin embargo, si un nivel de tipo de cambio más alto logra traducirse en una tasa de crecimiento positiva y persistente, entonces en el largo plazo se podría torcer la trayectoria de la deuda.
La cuestión política no es menor, las demandas sociales de un tipo de cambio barato también ejercen presión para no realizar el ajuste requerido en el tipo de cambio real. Lograr el consenso desde abajo hacia arriba luce difícil y la legitimidad para que se realice desde arriba hacia abajo puede ser muy frágil. Repartir pérdidas es complicado, más aún cuando un tipo de cambio alto redistribuye ingresos de un sector a otro de la economía y la política de ingresos debe actuar para dar un sentido de equidad al esquema macro.
Retomando lo visto en las últimas semanas, la política monetaria actual volvió a caer en la trampa de querer controlar el tipo de cambio en un nivel apreciado. Los éxitos relativos vistos hasta el momento no colaboran a la salud de las cuentas externas. En la política monetaria se ha perdido el anclaje de expectativas de precios y nuevamente estas son regidas únicamente por el valor del tipo de cambio. Esto ha llevado a un Banco Central a pasar de un esquema de agregados a fijar tasas de interés para controlar el tipo de cambio nominal y con ello lograr que no se acelere la inflación. Más allá de las dificultades políticas propias de un año de elecciones presidenciales, habrá que atender el problema de alcanzar un nuevo nivel de tipo de cambio sin que sea traumática la transición.