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La reestructuración de la deuda se presentó en un primer momento como un tema fácil de sortear: se haría una renegociación rápida consensuada con los acreedores. Así, despejando el cronograma de vencimientos podría presentarse un programa para que Argentina recupere el crecimiento que perdió hace más de 10 años.

El gobierno había empezado a mostrar señales de prudencia fiscal y monetaria. Continuaba haciendo el ajuste que, esta vez, recae principalmente sobre el gasto en jubilaciones. El peronismo tiene la capacidad de realizar una ‘reorganización’ del Estado sin pagar un costo de conflictividad social elevado y parece estar sacando ventaja de ello. Del lado monetario, el presidente del BCRA había adelantado la necesidad de avanzar en una baja gradual de la tasa de interés.

La promesa de presentar un plan macroeconómico integral no se está cumpliendo a más de 60 días de tomar el control del ejecutivo y la economía real parece que sigue sin encontrar piso. La cuestión de la deuda terminó interponiéndose antes de implementar cualquier tipo de plan.

El miércoles pasado el Ministro M. Guzmán se presentó en el Congreso y sostuvo que de esta situación no se sale con más austeridad y que hay que dar paso a políticas expansivas, por lo que no es esperable tener un resultado fiscal positivo tampoco en los próximos 3 años. Semanas atrás defaulteó deuda en pesos y luego aseguró que era el único bono en moneda doméstica que reperfilaría.

Esto deja atrás el camino emprendido de la prudencia fiscal, endurece la negociación con los acreedores y pone a la reestructuración de la deuda en el centro de la escena. El cronograma ajustado presentado por Economía no parece dar lugar a que existan conversaciones con los acreedores. Más bien parecería una estrategia unilateral de tómalo o déjalo.

El problema es que si no toman la propuesta argentina y finalmente se declara el default, las consecuencias serán el ajuste fiscal o ir a una nominalidad más elevada. La deuda cayó 5% luego de la presentación escueta en contenido del Ministro de Economía. El plan para volver a crecer, lo importante, sigue sin aparecer y se avizora un manejo de improvisación mezclado con soberbia que trae más incertidumbre.

Luego de los vaivenes, quizás la opción de declarar la cesación de pagos podría volverse una alternativa cada vez más viable para el ministro. Tendría todavía la oportunidad de endosarle esta decisión a la gestión anterior, se evitaría las consecuencias de una negociación fallida y  podría escapar a la necesidad de tener que vender internamente el ajuste fiscal que demandarán los acreedores para aceptar la oferta de reestructuración. Pero, otra vez, sería la decisión de una clase política que sigue supeditando el largo al corto plazo.

Además, hay que tener en cuenta que la situación actual es distinta a la del default del 2001-2005. En 2003 la economía se recuperaba a tasas chinas y la inflación era baja. Pero la diferencia principal es que en aquel momento la economía gozaba de superávit fiscal. El costo del default actualmente es más elevado. Redundará en más ajuste o más inflación.

Por lo pronto, deberán sortearse más vencimientos en pesos por el equivalente casi al 20% de la Base Monetaria en un mercado de pesos que no logra funcionar con fluidez, menos aún con los eventos de no pago de deuda en esta moneda. Al problema que representaban los compromisos en dólares, ahora también se suman los compromisos en pesos. Tomar deuda en el mismo mercado al cual se está defaulteando o reperfilando es imposible.

El BCRA no parece estar dispuesto a ceder posición para alinearse a una estrategia de emitir y esterilizar vía tasa. El desenlace en la negociación del AF20 puso de relieve nuevamente cierta descoordinación entre el BCRA y el Ministerio de Economía.

Ya a estos niveles, el FMI podría aportar una cuota de cordura. Si se lo sube a la negociación, la misma podría tener éxito. Sin embargo, en este punto se suma el fuego interno que está recibiendo el Gobierno por parte de la vicepresidenta (con sus declaraciones en Cuba a favor de una quita al FMI) y de las de Máximo Kirchner en un acto de la Cámpora (tratando al organismo como un acreedor más que debería ponerse al final de la cola de acreedores).

De todas formas, en las últimas semanas M. Guzmán no solo demostró no tener capacidad de pago sino tampoco voluntad para pagar o hacer esfuerzos compartidos.

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