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Una extraña sensación recorre algunos ámbitos de discusión acerca de la evolución de la economía. Parece que la actividad está en franca recuperación. Se atravesó la pandemia y el producto ya se encuentra casi en los niveles previos al inicio. La brecha cambiaria está estabilizada luego de la inestabilidad de octubre del 2020. El programa financiero está despejado gracias a la renegociación y el financiamiento del déficit incluso sería menos agresivo en términos de monetización para 2021.
A esta ‘ilusión’ se le contrapone una serie de amenazas latentes bien claras. La inflación en ascenso y la posibilidad de que el rebrote de la pandemia dificulte la recuperación encabezan las preocupaciones. A esto se le suma la pendiente renegociación con el FMI, la amenaza latente de una turbulencia cambiaria cercana al período electoral, el clima político mismo que no colabora y quizás lo más importante: un Estado que lejos de reducir la incertidumbre la amplifica constantemente.
Cualquier agente da por descontado que la inflación no será del 29%, pero el Ministro se empecina en insistir en el número. La convergencia del déficit fiscal está amenazada por el subsecretario de energía que prefiere emprender una batalla para posponer los aumentos de tarifas, el ejecutivo no puede garantizar la disponibilidad de vacunas. Se podría decir que, si la inflación acorta los horizontes de decisión y aumenta la incertidumbre, el gabinete económico no está haciendo mucho para contrarrestar esto.
Cada uno de estos puntos amerita varias páginas al respecto, pero aquí pretendemos concentrarnos en una: el alivio de la cuenta corriente. Durante 2020 y 2021 veremos una cuenta corriente superavitaria, dos años de superávit es algo que no se registraba desde 2008-2009. Sobre esto veremos que lejos de tener el tema resuelto, somos dependientes del contexto internacional.
La cuestión de la escasez de divisas está sin resolver y la discusión de su origen recrudecerá más temprano que tarde, las restricciones ya son muchas: a importar vía Licencias No Automáticas, a atesorar dólares por cuenta financiera vía cepo, a no poder pagar deudas por más del 40% previo pedido de reestructuración, a no poder importar si se accedió al dólar mediante títulos y varias normativas adicionales.
La escasez de dólares revive el problema de la restricción externa. En el extremo opuesto, los que piensan en el origen fiscal de las crisis miran a ésta como un invento heterodoxo. Peor aún, quienes piensan en la restricción externa como el origen de los males del país soslayan el problema del déficit fiscal crónico, el aumento del gasto público y sus consecuencias.
Negar la existencia de una restricción de divisas es igual de anti intuitivo que no advertir acerca del problema fiscal que tiene el país, pero aún más interesante es ver que ambos son dos caras de la misma moneda. Y así como cuando uno mira una moneda de ambos lados no se duplica la cantidad de dinero, al ver este problema en profundidad veremos que el país no tiene dos problemas, sino uno que puede ser visto desde distintas caras: la falta de eficiencia y productividad.
El enfoque fiscalista y el de la restricción externa nunca se han puesto de acuerdo en los últimos 60 años. Este trabajo buscará mostrar la coyuntura de la cuenta corriente para 2021, para luego dar una discusión acerca del debate entre los dos marcos teóricos mencionados. En las conclusiones se intentará mostrar que existen interconexiones entre ambas miradas para tratar de encontrar algunas pistas sobre dónde debería apuntar la política económica.