M
Son muy escasos los casos en los cuales, después de un año de pandemia, el oficialismo haya salido fortalecido. Solo por nombrar algunos ejemplos, se destacan el triunfo de J. Biden sobre D. Trump en Estados Unidos, la abrupta caída de J. Bolsonaro que le dificultará mantener el poder en las elecciones presidenciales de 2022, la imposibilidad de R. Correa por impulsar a A. Arauz en las últimas presidenciales de Ecuador, el porrazo de Podemos en una elección madrileña que se ha nacionalizado, la escasa participación en las elecciones peruanas, el conflicto creciente en Colombia, la duda acerca de si el Partido Demócrata Cristiano podrá mantener el poder en Alemania, entre otros.
El virus no está discriminando tampoco en la política, y el efecto es el mismo independientemente del color político del Gobierno. Es en ese contexto en el que hay que entender la actual política económica local: un gabinete económico que tiene que exagerar al límite una sensación de ‘alivio’ en un país donde el balance entre salud y economía no cierra para la mayoría del electorado. No se puede exigir racionalidad cuando el calendario electoral condiciona la política económica. Pero la pregunta de fondo es cuánto nos va a costar llegar al día posterior a las elecciones, y eso se puede evaluar mirando qué queda el día después.
Las características del plan económico actual se centran en utilizar todas las anclas necesarias para desacelerar la inflación y hacer todo lo posible para evitar que la brecha cambiaria refleje una sensación de inestabilidad. Para lo primero, el atraso tarifario y cambiario sumado a unos salarios que están corriendo por detrás de los precios y los controles, podrían lograr una desaceleración de la escalada de precios. Aun así, es prácticamente imposible terminar el año con una inflación menor al 40%.
La tarea de mantener la brecha cambiaria a raya será un desafío tan difícil como el inflacionario, a partir de la presión que generará la emisión para financiar al déficit y para reabsorber los intereses de Leliqs, sumado a la escasez de divisas y el humor que aparece en cada año electoral. Y sobre esto se agrega que el propio atraso para lograr la calma de la inflación tendrá un impacto en el diferencial en el mercado de cambios.
El día después de las elecciones habrá que actualizar tarifas y recuperar tipo de cambio real con una nominalidad en un escalón más alto. Es el mejor escenario que se puede pensar para los próximos años. No hay posibilidad de tramitar estas correcciones sin dificultades en el lado real y financiero en los próximos años. Mientras más ‘enamoramiento’ haya de este plan de corto plazo, esas dificultades solo podrán aumentar. Los objetivos de corto plazo empezarán a condicionar el mediano plazo.
Por otro lado, la actividad en 2021 no puede salir a flote y la cuestión sanitaria no colabora. Los posibles motores de la economía argentina son apenas salvavidas. El primero es el precio de los granos. Esto le aportará al país un bono de alrededor de USD 8 MM. Pero vale decir, que se compara con una merma de USD 20 MM en las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial y Combustibles en los últimos 10 años, por lo que no luce como la ´salvación´.
El segundo es el aumento del gasto público: la innovadora (sic) medida se agotó en el país. Entre 2009 y 2017 el gasto público consolidado creció 78% y el PBI 10%, un multiplicador que no cuadra. Estos drivers post elecciones tampoco son muy auspiciosos. Es difícil establecer hoy en día el grado de dominancia fiscal, de hecho, los límites de la Carta Orgánica del BCRA son lo único que permiten establecer una cota de esto y muestra el grado del desborde monetario que se podría heredar para 2022.
A estos salvavidas de corto plazo se le suman problemas estructurales. Argentina está invirtiendo en capital físico apenas la mitad de lo necesario para asegurarse una tasa de crecimiento del 3,5%. El capital humano busca huir del país y la pobreza infantil en 58% genera transmisión intergeneracional de la misma. La escasez de divisas hace que detengamos la incorporación de energía, bienes de capital y piezas necesarias para recuperar la merma mencionada de las exportaciones.
Estos problemas afectan a la tasa de crecimiento potencial a la que puede aspirar el país. Suena ridículo pensar que se puede acordar con el FMI algo serio a largo plazo bajo estos con cimientos endebles y malas perspectivas.
Sin un buen diagnóstico no se puede aplicar una buena receta. En cada uno de los lados de la ya agotadora grieta se piensa que la economía ya está sobre diagnosticada, pero que ‘el otro lado’ no deja poner en marcha las reformas necesarias: unos son ‘neoliberales’, los otros son ‘chavistas’. En esa tónica es imposible lograr pensar en construir un diagnóstico compartido, luego los consensos necesarios y más tarde emprender el rumbo. Si los partidos que pueden tener protagonismo apuestan a acudir en forma radicalizada, es imposible ser optimista en un plazo no tan largo. Quizás la novedad es que en la coalición gobernante empieza a haber menos consenso acerca del rumbo de la política económica y en la oposición también surgen algunos disensos internos. Siendo optimistas, quizás el diálogo aparezca dentro de esas disputas.