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Las últimas recuperaciones fueron de corto alcance, dibujando un serrucho acostado
en la serie de PBI. El almanaque muestra sin dudar un año impar, y las bases de datos
registran con beatitud que en años impares la economía se recupera; siguiendo el patrón,
el 2018 depararía un nuevo desplome. Pero el dúo de economistas Reinhart y Rogoff
alguna vez cantó (no sin sorna) Esta vez es diferente, y muchas voces locales se alzaron en coro
asegurando el fin de nuestro porvenir despreciable, la culminación de lo que un escritor que
promete describió como la intolerable opresión de lo sucesivo. El leitmotiv de esta canción, su
estribillo: el cambio de régimen y la corrección de los desequilibrios.
¿Por cuánto tiempo se prologará la recuperación? ¿Mutará en crecimiento? 2016 se fue con
espíritu auspicioso, aunque no altanero; 2017, con salarios viejos y precios poco transparentes,
comenzó indefinido y las efusiones se serenaron. Esta circunstancia podría, en pocos meses,
mejorar con los aumentos salariales y los ajustes programados en jubilaciones y planes
sociales (dicho sea de paso, bastante mayores al nivel de inflación); esos ingresos adicionales
podrían volcarse al consumo en gran medida. Una rápida cuenta muestra que un aumento
del salario real de 2% para el promedio de todo el año, más un incremento del empleo de 1%,
aplicado a las clases de trabajadores, junto con el efecto multiplicador de nuevas rondas de
consumo a partir de ese impulso, moverían el PBI un 1,4%. El impulso fiscal, por otro lado,
podría brindar un valor adicional de 0,6% (también con sus efectos multiplicados), a pesar de
la restricción de las metas impuestas, gracias a la diferente composición de gastos e ingresos,
con más seguridad social y obra pública, y menos subsidios.
Un par de renglones más a nuestra cuenta, añadiendo crédito, cosechas y algo de inversión
en sectores con mejores precios relativos y el crecimiento en 2017 superaría así el 3%. Pero,
hecho engorroso si bien afortunado para los economistas, las personas y empresas, y sus
comportamientos, no se dejan sumar tan fácilmente, sobre todo si más consumo se consigue
a costa de menores márgenes de rentabilidad de las empresas y mayores impuestos. Los analistas
solemos ser demasiado despectivos con la incidencia de la inversión en la demanda
agregada, y demasiado generosos con el consumo.
Perspectivas de mayor consumo estimulan, de hecho, decisiones de inversión, siempre y
cuando la rentabilidad esperada sea suficiente como para compensar el riesgo percibido. Hoy
los encargados de tomar decisiones de inversión en sus empresas, grandes y chicas, también
hacen cuentas y no saben qué número poner en los precios de venta, en los costos en personal,
en el tipo de cambio, en la carga impositiva. Demasiada incertidumbre para tan poca rentabilidad,
dirán muchos. Y por eso la inversión no acelera, y posiblemente no levante de manera
significativa incluso con mayores ventas.
hoy se respira un cambio de régimen, pero hacia fines de 2017, muchas variables
macroeconómicas se encontrarán en niveles similares (desventajosamente similares) a
los de 2011, 2013 o 2015, augurando el eterno retorno económico a partir de renovados desequilibrios.
Sin embargo, los retornos pueden llegar con importantes matices. Uno de ellos es
el nivel de reservas internacionales. El otro, hermano del primero, la reducción del costo de
capital. Ambos pueden otorgar mayores grados de maniobra si se requiere (dado que se requiere)
depreciar el peso, o si el mercado se adelanta a esta decisión. Esta flexibilidad realmente
pinta de una tonalidad distinta el año corriente respecto de la secuencia anterior de
años impares.
Con un tipo de cambio eventualmente más alto, volverá a escena el factor precios y con él la
discusión de cómo gestionar mejor la dinámica inflacionaria. Es evidente que no existe, y no
hay posibilidad de que exista, un gran director de orquesta al que todos miren a la hora de
establecer precios, salarios y honorarios. Hay pujas, especulaciones, y las políticas monetaria
y fiscal tienen un límite para cumplir ese objetivo cuando los comportamientos defensivos (y
esencialmente backward-looking) son firmes en el intento por defender un determinado poder
adquisitivo del ingreso (salarial, por honorarios, o de rentabilidad).
Se hacen, así como se hicieron en el pasado cercano, otros intentos, pero el paisaje de las
altisonantes discusiones gremiales y de las disimuladas remarcaciones de precios se hace, a
esta altura, tedioso, tanto por lo reiterativo como por lo ineficaz. El difícil camino del diálogo y
el consenso parece lejano pero ineludible, con miras a que la suma de las demandas se acerque
a un contorno posible; la alternativa sería el disciplinamiento de una menor actividad económica,
y este parece haber sido el camino elegido por el banco central con la suba de las
tasas de interés que viene implementando desde marzo y acentuó desde mediados de abril.
De la consistencia en el uso de herramientas monetarias, cambiarias y fiscales en el actual
contexto argentino nos referiremos en detalle en un próximo informe.
En éste analizaremos, precisamente, aunque sin exceso de precisión, dos hipótesis sobre la
reactivación económica que se avecina. Veremos cuáles serán los factores que determinarían
su sostenibilidad en el tiempo, apoyándonos en el estudio de las características de la incipiente
reactivación, en la comparación de otros episodios de nuestra historia económica reciente,
y en el abordaje conceptual de algunos fenómenos económicos que nos resultan relevantes
con fines de pronóstico.

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