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Hacia finales del año pasado y en el marco de una situación financiera en Europa muy compleja, con la soja en US$ 400 y la incertidumbre asociada a la sequía, el Gobierno parecía haberse convencido de la necesidad de racionalizar algunos lineamientos del modelo económico: se venía la época de la “sintonía fina”. Ésta incluía principalmente una reformulación del esquema de subsidios que permitiera llevar el crecimiento del gasto público en torno al 20%, junto a una moderación en el ritmo de crecimiento de los salarios, interviniendo activamente en las negociaciones paritarias.
En el transcurso de estos meses el panorama externo ha cobrado una mejor apariencia: la situación financiera europea (al menos en el corto plazo) mejoró con el canje de deuda griega, la soja volvió a ubicarse cerca de los US$ 500 y el efecto de la sequía fue menor al inicialmente temido. Pero a pesar de esa pequeña, y a nuestro juicio transitoria, ventana de oportunidad para reordenar el frente interno, el Gobierno parece haber cambiado sustancialmente su visión.
Es en este marco de modificación de la percepción oficial que debe entenderse la reforma de la Carta Orgánica del BCRA: puesto ante la disyuntiva de pagar el costo político de racionalizar la macro o redoblar la apuesta de la “bonanza perpetua”, el kirchnerismo fue fiel a su estilo y prefirió “inventarse” nuevos recursos para sostener el ritmo de crecimiento del gasto público y tratar de dinamizar la actividad económica, que ha dado signos evidentes de ralentización en los últimos meses.
Con la reforma, el Tesoro se hizo de un margen adicional de financiamiento extraordinario: aún planteando un escenario intermedio de utilización del mismo el Gobierno tiene ahora recursos para sostener un crecimiento nominal del gasto primario cercano al 30%.
Obviamente, la estrategia no está exenta de riesgos, tanto por el lado de la actividad económica como por la situación futura del BCRA. En el primer caso, no está claro que el impulso del gasto sea suficiente para compensar el menor dinamismo del sector privado. El otro foco de incertidumbre se relaciona con el escenario futuro de la posición del BCRA: la reforma recientemente implementada implica borrar la línea divisoria entre el BCRA y el Tesoro, lo que inevitablemente tendrá un impacto sobre los niveles inflacionarios y ensanchará la brecha entre el dólar oficial y el paralelo.