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Se cierra un año en el cual la economía, a diferencia de lo sucedido en el bienio previo, reportó malas noticias: el crecimiento fue prácticamente nulo, el empleo se mantuvo estancado y la inflación se aceleró al 25% anual. El año que viene será mejor en términos de actividad económica pero en una magnitud que no llegará a mejorar demasiado el humor social. Estimamos un crecimiento del 2,5% con una inflación aún mayor a la del 2012.

La economía argentina hace ya un tiempo que ha perdido su dinamismo natural, dado que la progresiva pérdida de competitividad derivada de la alta inflación representa un lastre que limita el potencial de crecimiento. El 2013 tendrá un atraso cambiario un poco mayor, que no puede ser compensado por aumentos de productividad debido al desaliento a la inversión, la incertidumbre macro, las restricciones discrecionales a las importaciones, las limitaciones al giro de utilidades al exterior y una mayor conflictividad gremial. Así, el resultado final dependerá de las ayudas que la economía reciba de la cosecha agropecuaria, la eventual recuperación de Brasil y los menores pagos de la deuda. Esto factores aportarán algo de aire el año próximo especialmente por el lado cambiario, lo cual genera la posibilidad de pasar sin mayores contratiempos en el año que está comenzando.

Sin embargo, siendo un año eleccionario, habrá que ver cómo se van desplegando las cartas políticas.  Durante 2012 asistimos a un evidente deterioro de la imagen presidencial, tanto por la ralentización de la economía como por los persistentes errores de gestión. En el marco de esta tendencia de base, las subas y bajas temporarias en la popularidad de la Presidenta muestran que el Gobierno todavía retiene un núcleo duro de respaldo popular de tamaño significativo (que probablemente se mantendrá a su lado aun en tiempos sin bonanza) y que las oscilaciones se vinculan con las medidas coyunturales adoptadas por el Gobierno.

De cara a las cruciales elecciones del año próximo, la apuesta del Gobierno parece pasar por galvanizar ese apoyo y mostrar que nadie le ha ganado en la general, aún cuando haya perdido un enorme caudal de votos y sufra derrotas en territorios significativos (Capital Federal, Córdoba, Mendoza y Santa Fe). En un contexto de tanta fragmentación ser dueño de un caudal del 30% representa una ventaja significativa.  Puede inclusive jugar a mantener latente la posibilidad de la reforma constitucional. La clave para alterar esta dinámica pasa hoy por la provincia de Buenos Aires. Pero dudamos de que sus principales referentes tengan la voluntad suficiente para generar un vuelco. Salvo que la economía y la gestión nos deparen otra andanada de malas nuevas.

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